Como podemos ver en la explicación de N. Antonio, Historia del arte en la edad moderna, (2014) el manierismo apareció como consecuencia de la formulación de nuevas filosofías de la vida, y nuevos valores. Ahora, la revisión de la nueva manera de ver la vida, con tintes de crisis en incremento, venía a disponer, entre otras, de toda la batería de posibilidades que ofrecía el erasmismo. Paralelamente, el desvalimiento que en cierto modo implica el estar en permanente revisión, se acentuaba con el desmoronamiento de la autoridad que siempre había ejercido la Iglesia. No habían sido muy ejemplares las últimas décadas del siglo anterior, y ahora, el pontífice tenía otros intereses, distintos a los preferentemente relacionados con la función prioritaria de la institución, que era la espiritual. Todo ello se daba en una sociedad en la que las posibilidades para un cómodo existir diario se incrementaron y acumularon en grupos sociales, familias con títulos y méritos militares. Con más tiempo y recursos, necesitaron llenar carencias incorporando formas de vivir más fáciles y necesariamente adormecedoras de vacíos y apetencias insatisfechas. Podría decirse que eran tiempos de decadencia, pero, el resultado no fue la extenuación de la creatividad y del pensamiento, sino la reformulación del arte.
La búsqueda de lo distinto, la necesidad de exhibir el talento, la demanda de novedades que sorprendieran, hizo que en todas las artes se buscara la creatividad en una variada oferta de resultados. En arquitectura la combinación de formas y volúmenes fue más variada que la que podían ofrecer las agrupaciones de arquitectos en escuela, pues cada arquitecto buscó lo distinto. Son décadas en que la fecundidad se expresó principalmente por la diversidad de soluciones formales, y la diferente articulación de volúmenes. Los arquitectos se multiplicaron porque se incrementaron las demandas. La gama de propuestas aumentaron porque cada arquitecto deseaba hacer algo diferente. En escultura, como en literatura y música, el ensimismamiento en la forma llegó a agotar toda la razón de ser de la pieza, al margen de que fuera portadora de un contenido, un significado o un tema que hubiera, antes, condicionado la composición y el desarrollo. Qué otra cosa es que GIAMBOLOGNA primero haga una escultura y luego la identifique con un tema. La búsqueda pertinaz de la habilidad y la gracia, y la demostración de perfección técnica, no estaban reñidas con el talento artístico que se plasmó en creaciones donde las formas son susceptibles de deleitar, aún al margen de ser portadoras de contenidos. Estos pasaban a ser indiferentes a la recreación formal. Sólo así se entiende que el PARMIGIANINO pudiera trasformar una “Venus con Cupido” en una “Madonna con Niño”. Por eso, las cosas evolucionaron hasta un punto en el que, lo aparente, se vio cargado de otros contenidos y mensajes distintos a lo que las formas significan, particularmente en pintura.
N. Antonio, (2014) concluye que el arte del siglo XVI, el llamado Manierismo, tardó en ser valorado porque no se acababa de comprender. Llegado el momento de su comprensión, ya avanzado el siglo XX, fue etiquetado no sin cierto matiz despectivo. Hoy se presenta con el señuelo de lo que tiene su propio atractivo y hace de este atractivo una clave para desvelar el azaroso siglo XVI en su primera mitad. Este desvelamiento y valoración pueden a su vez, ofrecer pautas para leer situaciones y posicionamientos, procesos de creatividad y expresiones artísticas, que nos atañen al ser las de nuestro entorno y nuestros días.
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